jueves, 20 de septiembre de 2012

Primavera.

Otoño, avecina el frío que baja desde el polo, veo los fantasmas en un colectivo, con mugre, con abrigos sucios, y con las resacas de un invierno que dejo la puerta entreabierta. El martillo que dibuja la nube del cielo, está sobre las cabezas de todos, y pasa desapercibido, pensamos quizás que mañana finalmente haremos lo que hoy no, somos la suma de todos esos inviernos anteriores, aunque nos vistamos de colores para recibir a la primavera. Acá ya no hay cura, para nuestras vanidades, nuestro egoísmo es sistémico y sistemático, ni siquiera nuestros intentos de felicidad nos hace humanos, por mas que creamos que podemos ser mejores, seguimos usando las mismas técnicas. Técnicas que nos ayuda contrariamente a ser peores. Azorados por la brillantés, como si el brillo, y la luz iluminara tanta palidez tanta opalina, con la brújula puesta en el diferente para bastardear, así somos. Ese puñado de hipocresía, camina en forma de río, por las calles de cualquier ciudad, un río que trae, grande derrotas, grandes frustraciones, grandes errores ocultados, como si las estaciones que se van, fuesen un regalo. Ningún día es un regalo en nuestra vida, sino un empréstito, un préstamo que nos han dado, que devolveremos de una buena vez por todas, en un pago, en un rato, en el ultimo rato de tu vida. Nadie vive, sin otro motivo que para el otro, porque detrás de esa nube (la del martillo), no está San Pedro, no…no, están los pájaros asustados cada vez que se acerca una persona para saludarlos.

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