viernes, 1 de noviembre de 2013

La otra despedida

La espalda había sido castigada, y su carne arrancada, por un látigo de hierro caliente, cada golpe desgarraba, pedazos de carne enteros, el horror de la carnicería era observado.
 
Algunos disfrutaban, sus gritos, otros horrorizados miraban para otro lado. Primero fue la piel, después los músculos, después los huesos, después las venas, el corazón latía en esta carnicería.
 
El hombre arrodillado, ni clemencia pedía, sabia que cada golpe, le arrancaría partes que nunca volvería a tener. La piernas eran huesos, los ojos venas hinchadas, como sabotaje de lo que fue.
 
Había tenido un rostro lumínico, había creído y visto otro mundo posible, lo habito en sus su sueños, lentamente se había convencido que todo era posible, incluso lo que no lo era. El precio que le había encontrado a la vida, era el de un grano de arena, veía en la vida algo liviano, sin prisa, sin futuro, veía a la vida hoy.
 
Fue el primer señuelo de un mundo nuevo, fue constante, seguro, grato, fue lo que había quedado de un mundo repleto de posibilidades. Fue el tipo que colonizo, con posibilidades los corazones de los que no tienen posibilidades, fue la voz de todos, soldados de un tiempo que vendría, a conquistar con hambre de un amor universal, las almas que vienen.
 
Antes que los azotes comiencen a rasgarle el corazón, y quitarle las posibilidades de lo que se vio, comencé a entender que se iba a morir, en manos de los verdugos, no por la crueldad de los golpes, sino por nuestra indiferencia.
 
 
 
 

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